Bodegas de aceite de Oliva

Rienzi Ríos

El lugar, la observación y la forma.


La obra hace lugar en el bajo del valle de Pencahue, en la extensión de un campo productivo de olivos.
Entrar al bajo del valle tiene una condición variante al ojo, dada la sinuosidad y variación del relieve. Esta variación nos deja en juicio e invención de un cuerpo arquitectónico en donde sus caras, incluyendo su cubierta, no son resultantes sino que equivalentes en la concepción de un cuerpo arquitectónico íntegro qué se define por el despliegue un “borde”. Este borde y su despliegue, dio lugar a un perímetro habitable, por el espesor de una sombra, que permite recorrer cubierto de la intemperie.
Este perímetro de circulación, da continuidad a la obra, dejándola sin jerarquías.

La naturaleza del lugar es parte de la, madera y bases de piedra constituyen su materia principal. Los revestimientos en tablas de pino quedan en dirección a la incidencia de la luz del sol y en relación al orden que impone el perfil de una sección estructural, que va en serie.

El perfil fue pensado para construir en su borde, una circulación sobre el nivel natural del suelo, para advertir el valle en extensión, desde un nuevo horizonte. Este lugar a su vez, para operar las cubas y distintas maquinarias productivas.

El interior parte de un proceso de abstracción del estar bajo el espesor del follaje de los árboles. En ese espesor, la luz atraviesa otorgando distintas profundidades en la vertical. Eso, inventó una cubierta con un espesor tal, que resolviera una doble profundidad en la vertical, para iluminar el vacío interior de la obra.

Las libertades del campo, permite la disposición de unos cuerpos en encrucijada, definiendo un único vacío central, como una gran plaza pública. Esto deja a quien habita en tensión y proximidad con unos cuerpos que miden y proyectan el paisaje desde la arquitectura.